Hubo en la Edad Media quien escondió tan bien el dinero que solo en la actualidad la arqueología ha descubierto sus escondrijos. En una entrada anterior se describieron los recipientes empleados para guardar o transportar la moneda, lo que aquí interesa es comprender cómo se ocultan los capitales, grandes y pequeños (ver mapa de hallazgos monetarios).

Antes de la consolidación del sistema bancario a lo largo del siglo XX, las familias escondían sus ahorros en lugares bajo su control hasta el punto de mantenerse en la actualidad vigente la expresión «guardar el dinero bajo el colchón» para esta clase de prácticas. La percepción de la intimidad en la Edad Media es muy diferente a la actual y por eso es necesario comprender cómo se esconde el dinero, ya proceda de ahorros, negocios, soldadas o botines.

Los principales espacios en el que se la arqueología ha localizado conjuntos monetarios son las casas. En en caso de la judería de Briviesca durante su asedio en 1367, los distintos propietarios ocultaron en el suelo, posiblemente bajo alguna tarima, varios conjuntos de valor desigual que aportan datos sobre los diferentes oficios y nivel económico de quienes fueron asesinados.

El principal lugar para ocultar dinero es en el hueco que dejan algunos muros. Así sucede con los tesorillos de Ambojo (hacia 1110), Arzúa (hacia 1285), Palencia, Quintanilla de la Colina (ambos, hacia 1345) y Salamanca (hacia 1454). La presencia de conjuntos en espacios domésticos, urbanos o no, es un signo de ahorro muy probablemente acumulado por las familias.

El importante conjunto de Otaza (hacia 1200), muy abundante en dineros burgaleses, se hallaba dentro de una vasija grande junto a un muro en una casa, como se aprecia en la imagen de P. Sáenz de Urturi Rodríguez.

El riquísimo tesoro de la Arrixaca de Murcia (comienzos del s. XVI), al que corresponde la imagen superior -propiedad intelectual de la Región de Murcia- y formado por moneda de oro y otros objetos de orfebrería, se encontraba en el pozo de agua de un taller de alfarería.

En otras ocasiones quienes escondieron el dinero buscaron espacios apartados. Los tesorillos de Gallur (anterior a 1277) y Muñó (hacia 1366) se ocultaron en las proximidades de ríos y el de Ramales (hacia 1334) en una cueva. Ninguno de ellos es precisamente testimonio de riqueza, si bien en el caso de Muñó, además de las monedas, había algunas sortijas. Las hipótesis sobre el significado de estos hallazgos son variadas: percepciones de soldados antes de la batalla, botines de ladrones, ahorros de personas que huían de conflictos, etc.

Algunos viajeros o comerciantes ocultaron dinero (y no fueron capaces o no pudieron recuperarlos) en lugares próximos a caminos, como apreciamos en Ribadelouro (hacia 1300), en el sur de Galicia, próximo a Portugal. No es el único caso.

Para saber más:

Raúl Sánchez Rincón; Antonio Roma Valdés, «La otra cara de la moneda. Uso y reutilización de la moneda en la Edad Media del Noroeste Peninsular», Numisma 257, 2013