El comercio medieval está sujeto a riesgos de distinta naturaleza, como accidentes, sustracciones o tensiones bélicas, que complicaban las transacciones realizadas de plaza a plaza. Los comerciantes lombardos encontraron en el siglo XIII una solución denominada cambio trayecticio que funcionaba gracias a la presencia de agentes de una misma compañía cada vez más especializada en negocios financieros en diferentes ciudades, teniendo cada uno monedas de distintos valores en sus arcas. Cualquier comerciante podía depositar en uno de ellos una cantidad de moneda y recibía a cambio un resguardo expresando la operación. Simultáneamente, el depositario expedía al agente de otra plaza un documento indicando la orden de pago al depositante. Una vez en la otra plaza, el comerciante entregaba el resguardo del depósito y recibía el importe consignado, salvo la correspondiente comisión. De esta manera, el comerciante se mueve, pero el dinero metálico no, aunque cambia de manos.

La unión progresiva de ambos documentos genera otro instrumento que ha llegado a nuestros días, la letra de cambio. Aunque podemos suponer su existencia en la Castilla medieval al final de la Edad Media, las más antiguas que conservamos están datadas en los años centrales del siglo XVI, como la de la imagen superior, del Museo de las Ferias de Medina del Campo. Además, la sencillez del instrumento permite servir de negocio abstracto de otros más concretos como préstamos o créditos.